miércoles, 11 de marzo de 2009

VENEZUELA. Adolescente mata a comerciante porque se resistió al robo


Al parecer pertenece a una banda que opera desde hace año y medio en Las Mayas

Marianela Sánchez se encargó de todos los trámites en la morgue para retirar a su hermano asesinado a tiros en Las Mayas (Fernando Sánchez)


Después del sonido seco de cada uno de los tiros que detonaron a las 7:05 de la noche del lunes, en el sector José Gregorio de Las Mayas, se escucharon los gritos de un vecino que despavorido corrió hasta la puerta de una casa para anunciarle a la mujer que allí estaba, que a su esposo lo acababan de asesinar.

"¡Mataron a tu esposo!, ¡lo acaban de matar!", repetía el morador sin poder controlar el asombro. Ella y su niña de 10 años salieron incrédulas ante la noticia. Pero cuando llegaron confirmaron que el que estaba caído, ya inconsciente, era quien el hombre anunciaba: Wilfredo Vázquez Ortiz, de 52 años.

A esa hora y a pesar de las súplicas de la mujer y de su hija menor, ninguno de los vecinos las ayudó a llevar al hombre hasta un hospital para intentar salvar así su vida. "Él, que siempre ayudó a la comunidad en todo, nadie retribuyó esa abnegación el día que más lo necesitó. Se le murió en los brazos a su esposa e hija", dijo su hermana Marianela Sánchez Ortiz, integrante además del Observatorio Venezolano de Prisiones (OVP).

El lunes, un poco antes, explicó Marianela, Wilfredo había llegado a su casa, allí en el sector José Gregorio de Las Mayas. Dejó a su esposa y a su hija en la casa, estacionó el carro y caminó una cuadra. Un joven lo interceptó.

Dicen los que vieron todo que Wilfredo intercambió, acalorado, algunas palabras con el adolescente y de pronto se escucharon los gritos. El joven, después de dispararle, tomó el koala que tenía Wilfredo y huyó.

"Nadie se atrevió a decir nada, tenían el miedo grabado en la cara", dijo Marianela.

Wilfredo era propietario de un bazar en el bulevar de Catia. Todos los días, sin falta, salía muy temprano de su casa en Las Mayas rumbo a su trabajo. A las 5:30 de la tarde regresaba a Vista Alegre para cenar con su madre y luego, con su familia en pleno, se devolvía para Las Mayas. "Él prácticamente lo que hacía era dormir allá. Decía que la inseguridad en la zona estaba muy dura, sobre todo después de que invadieron cerca. Por eso pasaba temporadas en la casa de mamá en Vista Alegre con su esposa y tres hijos... En total dejó cuatro. La más pequeña tiene siete añitos", agregó Marianela.

Los que hoy lloran a Wilfredo tuvieron que pasar además por el periplo de conseguir algún velatorio que aceptara ofrecer el servicio funerario, pues tuvieron que convencer a la gente que aquel hombre sólo era víctima del hampa, no parte de ella.

"Mi hermano se convirtió en una rayita más, en un número más... yo que he dedicado seis años a defender lo indefendible, es decir, a los presos de este país, y en ese tiempo el Gobierno central no ha podido controlar las cárceles, cómo vamos a pretender que haga algo por la inseguridad. Así que no sé si se hará justicia", concluyó Marianela vencida por el llanto.


María Isoliett Iglesias
EL UNIVERSAL

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